Por causa del misterio del cambio, se dio una transición bilateral en la vida que estaba en Jesús y la muerte que estaba en mí. De la misma forma que Dios imputó sobre mí la justicia, imputó la vida. Para que todo esto se diera, Dios tuvo que colocar sobre Jesús las muertes como transfirió el estado de pecado. Y éste es uno de los estados más humillantes en el que Jesús como hombre tuvo que caer: que estando en Él el autor de la vida que es el Verbo, tuvo que probar la muerte. Parece paradójico e inaceptable, que Jesús haya muerto en la cruz; pero lo grande del caso es que sobre Jesús entraron las dos muertes -tanto la espiritual como la física-, si Jesús no muere espiritualmente no puede morir físicamente; lo que produjo la muerte física en Adán fue la muerte espiritual, lo mismo que ocurrió con Jesús.
El mismo nivel de justicia que está en Dios está en mí, esto indica que Dios es más Santo que yo, pero no más justo. Dios es justo porque en Él inherentemente no hay pecado, pero es Santo porque Él no comete pecado. En parte lo mismo pasa con nosotros: después de ser justificados en nuestro espíritu, no hay pecado y eso nos hace tan justos como Dios, pero en nuestras acciones pecamos y eso nos niega la posibilidad de ser santos como lo es Dios.
La justicia tiene que ver con una posición, la santidad con las obras; esto indica que la justicia que está en mí es un suceso que se dio en el espíritu, mientras que la santidad es un proceso que se da en el alma.
La justicia es instantánea y es equivalente a la santidad en el espíritu, pero la santidad en el alma es progresiva.
Todo pecado que cometa puede afectar en mí la santidad, no la justicia; porque la justicia es un suceso que se dio por imputación y no hay obra que la pueda contaminar. La justicia se dio por gracia, se obtuvo por fe y se mantiene en fe, no tiene nada que ver con obras (Romanos 3:24.30. Gálatas 2:16. Tito 3:7).
Nota: Le dejo la conexión para que sintonices el mensaje en relación a los beneficios de la justicia.///Bendiciones///
http://www.youtube.com/ watch?v=eFuHURdp7FE&feature=you tu.be
El mismo nivel de justicia que está en Dios está en mí, esto indica que Dios es más Santo que yo, pero no más justo. Dios es justo porque en Él inherentemente no hay pecado, pero es Santo porque Él no comete pecado. En parte lo mismo pasa con nosotros: después de ser justificados en nuestro espíritu, no hay pecado y eso nos hace tan justos como Dios, pero en nuestras acciones pecamos y eso nos niega la posibilidad de ser santos como lo es Dios.
La justicia tiene que ver con una posición, la santidad con las obras; esto indica que la justicia que está en mí es un suceso que se dio en el espíritu, mientras que la santidad es un proceso que se da en el alma.
La justicia es instantánea y es equivalente a la santidad en el espíritu, pero la santidad en el alma es progresiva.
Todo pecado que cometa puede afectar en mí la santidad, no la justicia; porque la justicia es un suceso que se dio por imputación y no hay obra que la pueda contaminar. La justicia se dio por gracia, se obtuvo por fe y se mantiene en fe, no tiene nada que ver con obras (Romanos 3:24.30. Gálatas 2:16. Tito 3:7).
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