EL PODER DE LA JUSTICIA PARTE #9

MINISTERIO DE LA ENSEÑANZA Y LA EVANGELIZACIÓN
“JESÚS SOBERANO SEÑOR”
ESCUELA DE FORMACIÓN Y CAPACITACIÓN TEOLÓGICA

EL PODER DE LA JUSTICIA PARTE #9 Y ULTIMA PARTE

III) TENEMOS LIBRE ACCESO AL VERDADERO LUGAR SANTISIMO
El Lugar Santísimo estaba situado en el interior del edificio y estaba separado del lugar santo.
El Lugar Santísimo era conocido como el santuario de Dios, la habitación de Dios, donde Él se encontraba y se comunicaba con su pueblo por medio del sumo sacerdote. Éste era el único que estaba autorizado por Dios para entrar al santuario una vez al año.
Antes de entrar, él tenía que hacer unos rituales en el aspecto personal para evitar el juicio de Dios; no todo el mundo podía entrar en ese lugar, ni en cualquier condición se debía entrar.
Con respeto a nosotros como creyentes, no sólo tenemos libre acceso al lugar santísimo, sino que lo podemos hacer las 24 horas del día sin ningún tipo de ritual, fuera de todo temor y condenación.
Hebreos 4:16 dice que podemos con confianza acercarnos al trono de la gracia.
Hebreos 10:19 dice que tenemos libertad para entrar en el lugar santísimo por la justicia que obtenemos por la sangre de Jesús. Para complementar todo esto, no sólo tenemos acceso al lugar santísimo, sino que nosotros pasamos a ser el templo de Dios.
En idioma griego hay dos palabras que tienen diferentes significados para hacer referencia al templo; pasemos a definirlas:
a) Jieron: Este término se utilizó para hacer referencia al recinto con todos sus utensilios (1ª Corintios 9: 13).
b) Naos: Éste es el término que se utilizó en el A.T, para hacer referencia al lugar Santísimo, llamado el Santuario, lugar donde se encontraba el Arca del Pacto (Levítico 16:15.16).
En ese lugar sólo podía entrar el Sumo Sacerdote una vez al año, y esto nos muestra lo serio del asunto; era un lugar donde no todo el mundo podía entrar (Lucas 1:9).
Pablo utiliza este mismo término para hacer referencia a nosotros como templo de Dios (1ª Corintios 3: 16; 6: 19. Efesios 2: 21).
En conclusión: no sólo tenemos acceso al lugar santísimo, sino que somos la morada de Dios, de modo que no debemos tener ningún tipo de condenación, cohibición, temor, dudas, complejos de inferioridades para acercarnos a Dios, hagámoslo con confianza, sin rodeos.
IV) TENEMOS UNA VIDA DE VICTORIA SOBRE EL PECADO Y TODO LO QUE SE RELACIONE A ÉSTE.
El apóstol Pablo, en la primera carta que escribe a los Corintios, canta victoria sobre el pecado y la muerte.
“¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”. (1ª Corintio 15:55.57).
Nuestra posición como justos no nos permite rendirnos ante el pecado, así estemos en el pecado más degradante y más horrendo de este mundo, somos tan justos como lo es Dios, su justicia no depende de nuestras obras, depende de lo que Jesús ya hizo en la cruz del calvario.
LA CONDICIÓN DEL HOMBRE SIN LA JUSTICIA DE DIOS

Pablo en Romanos 7:1-25 nos presenta la condición del hombre sin la justicia de Dios. Pasemos a describir el pasaje.

“¿Acaso ignoráis, hermanos (pues hablo con los que conocen la ley), que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive? Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido. Así que, si en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera; pero si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a otro marido, no será adúltera. Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte. Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra. ¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto. Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató. De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno. ¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso. Porque sabemos que la ley es espiritual; más yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley sea buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado”
En este capítulo Pablo no hizo referencia al conflicto interior en el creyente como muchos lo han aplicado y entendido, Pablo describe una ley que opera en muerte por causa del pecado, por haberse quebrantado ciertos principios y mandamientos que Dios mismo estableció en el huerto del Edén.
Pablo está presentando su experiencia como judío queriendo agradar a Dios por medio de las obras de la ley, lo cual nunca pudo porque se consiguió con una ley superior, que es la ley del pecado que lo condujo a la muerte.
Debemos aclarar que el término “ley” tiene en este pasaje dos aplicaciones, una se refiere a la ley mosaica, y la otra hace referencia a un Principio que tomó fuerza sobre la humanidad por causa de haberse violado el mandamiento de Dios en el Edén, cuyo principio condujo al hombre a la muerte por causa del pecado. A este principio Pablo lo denomina y lo caracteriza como una ley que está inherentemente en el hombre, de la cual por sí solo no se puede librar, y que lo conduce e impulsa en algunos casos en contra de su voluntad a la práctica del pecado que lo lleva a la muerte. Es decir, es un principio mediante el cual el pecado ejerce su influencia, y a pesar del deseo de hacer lo recto es dominado a hacer lo malo, siendo la muerte el efecto y su fin.
Hay algunos términos que aparecen en el capítulo antes mencionado que están totalmente en contraste con la nueva naturaleza que Dios puso en el hombre regenerado; estos términos nos dan credibilidad para afirmar que Pablo en el capítulo siete de Romanos no se refiere al creyente sino al hombre caído en Adán, queriendo agradar a Dios por las obras de la Ley, pero por su naturaleza de pecado, que estaba en contraste a ley no lo pudo hacer. Pasemos a definir los términos.
>VENDIDO AL PECADO. Romanos 7:14
Literalmente destinado y marcado para hacer el mal, éste es el sentido que tiene el término “Vendido”.
Si lo leemos de la versión amplificada lo dice de esta manera: “Soy un hombre de carne vendido como esclavo al pecado a fin de que esté bajo su dominio para hacer el mal”.

Si aceptamos que Pablo en Romanos 7 hace referencia al creyente, como explicamos lo dicho por Pablo en 1ª Corintios 6:20 y 7:30 donde dice que nosotros (la Iglesia) fuimos comprados por Cristo, debemos ponernos de acuerdo en algo, o somos vendidos al pecado, o somos comprados por Cristo.
Además de esto, el término “Vendido al Pecado” está en contraste con la Redención que indica comprar o pagar un precio por un rescate. Si el hombre está vendido al pecado no ha sido regenerado, porque no ha sido comprado.
>EL PECADO QUE MORA EN MÍ. Romanos 7:17,20.
El verbo morar en griego es “Oikeo”, derivado de “Oikos”, que indica una casa o habitación. El término “Oikeo” que Pablo utilizó para referirse al morador, tiene que ver no solamente con el que habita, sino con el dueño o propietario de la morada. Esto hace entender desde el punto de vista etimológico que el pecado no sólo mora en el hombre, sino que se ha hecho dueño y señor de él.
Todo esto está en contraste con lo dicho por Pablo en Romanos 8:9 cuando hace referencia al Espíritu Santo como el que habita y hace de nosotros su morada.
Además de esto, en 1ª Corintios 3:16 se da testimonio de nosotros como morada del Espíritu. Santiago 4:5 hace la misma referencia.

Cabe aclarar que el término “Morada” que se utilizó para hacer referencia al creyente como casa de Dios en el Espíritu, es el mismo que se utilizó para referirse al “Pecado que mora en mí”, indicando que el Espíritu Santo además de morar en mí, es el dueño de la morada. Debemos estar de acuerdo en algo: o somos morada y propiedad del pecado o lo somos del Espíritu Santo.
>MISERABLE DE MÍ. Romanos 7:24.
El término “Miserable” es aplicado a una persona que se encuentra en el estado de desventura por la condición baja y degradante en la que vive. Todo esto está en contraste con las bendiciones y los valores que tenemos en Cristo. Según lo dicho por Pablo en Efesios 1:18, nosotros como Hijos de Dios somos la riqueza más grande que Dios tiene en gloria.
En conclusión, según estos tres términos “Vendido al pecado - El Pecado que mora en mí - Miserable de mí”, Pablo no está haciendo referencia al conflicto interior en el creyente, ya que todas estas expresiones están en total contraste con el estado de regeneración, y no se ajustan a la nueva naturaleza que el hombre recibió en Cristo Jesús.
Después de haber hecho un pequeño análisis de Romanos 7 voy a describir la condición del hombre sin la justicia de Dios.
Analicemos lo improductivo que es la vida de un creyente que no conozca la justicia de Dios.
Un creyente que no conoce la justicia y lo que se relacione con ella, nunca podrá gozar de sus beneficios.
a) Cuando comete un pecado se siente desprovisto o desproporcionado del amor y el cuidado de Dios.
Debemos entender que aún cuando caigamos en el pecado más horrendo y más degradante, Dios nos ama igual; el amor de Dios es incondicional. No hay nada que nosotros podamos hacer a favor o en contra de su amor.
Es decir, no hay nada que pueda hacer para que Dios me ame más, y no hay nada que pueda hacer desde el punto de vista negativo para que Dios me ame menos, haga lo que haga, Él me ama igual.
b) Cuando comete un pecado se siente indigno del perdón de Dios. Si caemos mil veces en el mismo o diferentes pecados Dios siempre está dispuesto a perdonarnos, si acudimos con sinceridad al Él.
Nunca hay una segunda oportunidad delante de Dios para pedir perdón por un pecado o por los pecados cometidos, siempre que acudamos a Dios a pedir perdón, para Él es la primera vez que vamos; de las otras Él no se acuerda por causa del perdón.
En Mateo 18:24 tenemos una gran enseñanza acerca de lo que venimos diciendo.
La regla rabínica llamada Talmud de Babilonia alegaba que nadie debía pedir perdón a su prójimo más de tres veces. Pedro conociendo estas leyes quiso ser generoso al sugerir hasta siete veces, su sorpresa es que Jesús le elevó el setenta a la siete, usando una hipérbole, refiriéndose a un perdón ilimitado.
En esto podemos ver el carácter de Dios en cuanto al perdón. Dios nunca se cansa de perdonarnos, su perdón es ilimitado.
A Dios no le sorprende ni es una traición el pecado que cometas, Él sabía que ibas a pecar. Por esta causa nos dio recursos en contra del pecado.
1ª Juan 1: 7 dice “..., y la sangre de Jesucristo su hijo nos limpia de todo (tipo) de pecado”
1ª Juan 2:1 dice “...: y si alguno hubiere pecado, Abogado tenemos para con el padre, a Jesucristo el justo”.

Cristo murió y pagó un precio por los pecados que cometiste ayer, por los que cometes hoy y por los que vas a cometer mañana.Nunca te canses de pedir perdón por los pecados que cometas, que Dios no se cansa de perdonarte.
Cabe destacar que ésta es una de las razones por la cual nos cuesta amar y perdonar, porque no conocemos la fuerza y lo extenso que es el amor y el perdón de Dios. A continuación voy a dar características de un hombre de Dios que conoce la fuerza que tiene el amor y el perdón de Dios.
“Fácilmente perdono porque fácilmente Dios me perdona, si yo sé hasta dónde llega el perdón de Dios, sé hasta dónde puedo perdonar. Por esta causa no vivo condenado ni condeno a nadie, porque Dios no me condena y nunca lo hará. Amo cuando cometen y dicen contra mí las peores ofensas, porque Dios me ama cuando cometo contra Él el peor de los pecados”.

Una de las cosas que me permite llevar una vida equilibrada es que, siempre me pregunto cuándo voy a decir o hacer algo, ¿qué haría Jesús si estuviera en mi lugar? Y al tener respuesta hago lo que Él hubiese hecho.
c) Cuando reincide en el pecado o en un tipo de pecado, cae en un complejo de inferioridad, auto depreciación y baja estima hasta llegar al abandono, resignarse y entregarse al pecado. Una de las causas por la cual nunca dejo de luchar en contra del pecado es que estoy consciente de que aunque caigamos en el pecado más bajo, más horrendo, o más degradante, a causa de ese pecado dejaré de ser santo pero no dejaré de ser justo. El pecado afecta mi santidad no mi justicia.
Observacion: Espero que este seminario de la justicia pueda enseñarte y llevarte a vivir en libertad, y que no uses el conocimiento para caer en libertinaje, porque le darás cuenta a Dios por tus acciones.

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